Se había filtrado: “en la cuarta gana el de
El Farolito”.
Unos refutaban diciendo que no lo ayudaba la pista, otros que
nunca había ganado en este hipódromo pero la información era buena. Teníamos EL
DATO.
En el picadero el caballo estaba
espléndido. Era zaino, 490 kilos bien distribuidos, careta azul, chaquetilla
blanca con franja verde. El peón lo mostraba con orgullo de padre.
Hizo el paseo preliminar por la recta final
camino a las gateras que lo esperaban quietitas en los 1100 metros, los rivales
lo miraban callados y las monturas sabían que era el caballo a vencer.
Los cinco integrantes de la mesa hicieron
su jugada. Exactas, trifectas,
ganadores, todas con un común denominador, el 6 del Stud El Farolito era el
primer número de todos los boletos.
Suena la campana de largada y se detiene el
corazón, da la sensación que nadie respira, puede que eso suceda. El murmullo
general copa la tribuna, y se escucha el primer grito. Es un hecho: el de El
Farolito gana por varios cuerpos.
El dato no falla, pienso, mientras miro la
mesa y me pregunto, ¿por qué nadie es millonario?
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