miércoles, 3 de abril de 2013

Libertinaje cósmico

Sus mujeres le querían de jueves a domingo. Le era impensable concretar una cita cualquier otro día de la semana. Las que no tenían que estudiar, trabajaban; las que no estaban mirando la comedia, a lo mejor leerían un libro de autoayuda. Ninguna bebería una copa de vino, ni siquiera con la excusa del natural antioxidante de los taninos. Aunque renegaban de la rutina, no conseguían librarse de ella, por el contrario, el automatismo se entusiasmaba en adueñarse de su modo de vida. 

El 29 de febrero de ese año bisiesto cayó un martes. La negación colectiva al despilfarro de horas fue la sorpresa que cargó el revólver. No pudo aceptar la negativa a disolver el culto a dormir temprano, un día que a su modo de ver, no existe. Sus mujeres, distraídas, dejaban que las 24 horas de yapa se acreditaran a la cuenta de la rutina. Ese cheque al portador que les llegaba cada cuatro años, le tenía fobia a las ventanillas de cobro instantáneo.
Aquella noche no pudo conciliar el sueño, tampoco logró sincronizar su calendario anímico con el año astronómico. El desquicio (siempre tan elocuente), le dijo que a las estrellas nunca les había interesado cobrar esa deuda, y que los hombres podían quedarse con esas horas como premio por contemplarlas y venerarlas durante siglos. Le creyó tan fervientemente, que maldijo mil veces al juicio ajeno de la falsa responsabilidad, y no pudo evitar emborracharse en honor al libertinaje cósmico.

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