martes, 9 de abril de 2013

Malabia. Armenia. Virasoro. Gurruchaga. Borges


Llevaba el mapa en la mano. Lo había sacado para fijarse en un destino y se sintió más segura así, en lugar de volver a guardarlo en el bolso. Como si las calles y los parques, los hitos, las estaciones y los barrios pudiesen atravesarle la piel y permitirle llegar adonde quería ir.

Miró rápido el mapa y contó sin contar cuán lejos estaba de su calle, bajo la luz de un hall encendido. Malabia. Armenia. Virasoro. Gurruchaga. Borges. Intentó memorizar ese orden, así podría ir verificando a medida que llegara a los diferentes cruces si estaba yendo en la dirección correcta.

Malabia. Sabía que no iba a ser hasta que llegara a Armenia que se daría cuenta. En el mapa la cuadra que tenía que transitar hasta ahí era relativamente larga en relación a las otras. Le tranquilizó verificar que tardó bastante en llegar a la siguiente. Y entonces, Armenia. El mapa no se había equivocado, ella tampoco. Virasoro la sorprendió a mano derecha, Gurruchaga siguió de largo de lado a lado, y así como apareció quedó atrás. Por fuerza la siguiente tenía que ser Borges. Pero todavía desconfiaba, del hacedor del mapa, o de ella misma. Malabia. Armenia. Virasoro. Gurruchaga. Borges. Era lo único en su mente a esta altura, y con cada paso recitaba un nombre diferente en su cabeza. Aún rato después de haberlos ido descartado uno a uno seguía repitiéndolos, como un rezo, tal vez para no olvidar ese pedacito de ciudad del que se había apropiado. Como si finalmente las calles se le hubiesen impregnado en la piel de la mano a través del mapa cerrado, que todavía seguía ahí, y se hubieran grabado en los pasos. Por un momento dudó si consultarlo de nuevo -sólo para asegurarse-, pero puso cara de fastidio y descartó la idea, cuando se dio cuenta que no tendría sentido. Probablemente en ese mapa las calles ya no tendrían nombre.

1 comentario:

  1. Definitivamente desde mañana quedan impresos y pegados en la pared posterior del bidet de casa.

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