Al caer la noche Rubén se hace cargo. Mañoso, intenta deshacerse
de los espejos, la ropa tirada al costado de la cama. Quizá se avergüenza un
poco de todo eso, o quizá no aprende a convivir, aunque ya haya pasado tiempo.
Antes
de ella hubo otras.
Raquel lo sorprendía en lugares raros, el cuartito de descanso en su oficina o la vuelta oscura de la escalera del edificio, justo antes del hall, donde todos podían verlos.
Raquel lo sorprendía en lugares raros, el cuartito de descanso en su oficina o la vuelta oscura de la escalera del edificio, justo antes del hall, donde todos podían verlos.
Estela
parecía más tranquila y con eso lograba más que ninguna. Un día lo convenció de
sacarse la ropa en el supermercado, en la góndola perfumada entre las escobas y
el suavizante. A Rubén se lo llevaron entre dos guardias, que intentaban
taparle las partes con su propia ropa y un trapo de piso que alguien les
acercó. Él se podía imaginar a Estela riendo imaginándose la escena, de la que se
había ido hacía rato.
Ahora
es el turno de Andrea y todavía no le cierra del todo. Andrea es la de las
fiestas y eso a él no le va tanto. Será porque vuelve a la madrugada y a Rubén
no le quedan más que unas pocas horas de vigilia. Cuando llega lo despierta,
eso es lo único bueno. Por un rato comparten lo que pueden (para una es tarde y
para el otro temprano), se toman unas copas y él queda ahí mientras ella se
duerme, exhausta de tanto exceso. Entonces Rubén se avergüenza y esconde lo que
encuentra, porque no se acostumbra a esta, otra más, y porque está cansado. Y
desearía que fuera diferente y que él fuera ella, y no ella, ahora, él.