lunes, 9 de diciembre de 2013

El otro caballo blanco

Los Artigas preferían los tordillos. Es sabido que José, el prócer, tenía un excelso caballo blanco; pero Manuel, el primo, tenía uno mejor. Mateando después de planear la estrategia para la Batalla de Las Piedras, Manuel y José fueron a elegir sus caballos de una numerosa tropilla. De tres tordillos, José eligió el que miraba distante, el que perdía la vista en las lejanas planicies. Manuel se quedó con uno más petisón con pecho y ancas de guerrero. Claro, Manuel, que debía atacar la retaguardia apenas con picanas y boleadoras, precisaba potencia en las cuatro patas. “Buenos aplomos y firme atropellada”, fue su única sentencia.

Ayer en el hipódromo de Las Piedras vino a 20 un pingo al que le jugué. En el paseo tuve emociones que venían de tordillo petisón de pecho y ancas de guerrero, buenos aplomos, también es cierto. La recta sirvió de alfombra para la firme atropellada... ¡qué firme! una lanza que impuso 490 kilos de acero en la sombra del disco.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Noches de salva

no enfrentan, te miran el perfil

obsesiones de mejilla ajena
condensadas a la sombra mojan 
la cara de porcelana
que pone el miedo a un costado

miran lo que no es de nadie
labios ilegibles
                       narices planas sin agujeros
impávidas sienes
                       en la línea de fuego.


no enfrentan, te trompean de reojo

fantasmas de sábana apolillada
empecinados con la trampa
al solitario de las noches de salva
que pone el miedo bajo las plumas

castigan lo que no es de nadie
trama de birome roja
                               papeles quemados por herejes
tiesos ideales 
                      recostados a la pared.

Nudillos de púgil caníbal


Dama con labios hinchados
pies inquietos de vagabundo zig zag

caballete de resorte rebelde 
chato sangrado: 
                        que te hizo mujer.

insensibles ojos iracundos
apuntando de mano y salva 
donde duele,

donde más lastima hacen chispa
vapores de erupción como señales 
                                                   de niebla espesa. 

nudillos guante adentro 
estremecidos caníbales 
poniendo a prueba el hule indeformable,

cuatro verdades en punta
que contradicciones no pretenden
                                                  y hacer deporte tampoco.

la fiebre suda 
violenta
un cruzado de nocaut 
y un gancho largo de replay 
presentan la única incertidumbre.

el mundo de esquiva postura
protege su mandíbula incesante
como humano
contra las cuerdas rebotando
y de baile en las esquinas.

al costado de lo oscuro queda calle 
para una semicircular trayectoria alternativa
a la oreja un crochet de zurda 
que al que pega... 
                           tambalea más.

Cuando suena la campana abre el bar
¿cuántos rounds faltarán?
acodado de espaldas al ring
suspiro con los dedos un conteo: hasta diez.

Cuando suena la campana aturde al sacristán
que descreído del arbitraje
adelanta muecas de dolor y se persigna 
entre rezos de apocalipsis: vuelve a perdonarlo.
                                         
Cuando suena la campana reviven las gateras
El Mundo (Pecado Original y Natura Manda por El Gran Señor)  
es la fija del programa
vamo' al bombo mi amor: yo te tiro la toalla.

Bastón

malas juntas, reconocidas
caza fantasmas
que pisando sábanas de seda
descubren al gusano y el boquete 
                                                  en la manzana.

malas juntas, abreviadas
sanaciones
si alterando el recuento de certezas
cierran tajos 
                    que no debieron abrir.

malas juntas, indefinidas
experimentos
van incluyendo otras dudas al método
copas a las nuevas inferencias 
                                         que reviven el absurdo. 

mala junta, mi bastón
pilote de barro duro
con agudo ángulo sobre el piso
ciruja tercer rodilla postergando el golpe 
                                                           y el ruido.

viernes, 21 de junio de 2013

Un gol inolvidable *

¡Qué coche aquel! Nunca conseguiré olvidar ese Gol negro del 94. Se lo compré usado a una vieja, que lo había elegido negro para respetar el luto. Al año se había vuelto a casar y se lo quiso sacar de encima. Yo tenía la plata, salió el negocio. Estaba nuevito, le cambié las llantas y le dejé los asientos con el cuero a la vista.

En mis mejores cuentos, ese auto anda a la vuelta. El coche estaba potro y yo tenía la mejor edad para montarlo. Una tragicomedia de las que afianzan la personalidad, lo involucra: una noche de verano, ventanilla abierta y acelerador fulguroso, se me cruzó un camión de feria que venía por la izquierda pero con preferencia.

El volantazo fue un reflejo mancomunado entre mi sorpresa y las mañas del auto. Le di de costado, apenas algún rasguño. El oficial preguntó si no había visto el Ceda el paso, a lo que respondí: “Lo vi, al igual que en las cinco esquinas anteriores, pero vio Oficial, no es cuestión de andar cediendo siempre”.

(*) - Con la consigna de La Tertulia de Radio El Espectador.

domingo, 2 de junio de 2013

Nostromo

Empezó con el gusano primero, la baba insólita, incisiva y discurriendo sobre las guirnaldas de verdura en el tacho. Yo venía de ver Alien y no sabía entonces que iba a vivir para siempre, y el coso aquel, la criatura, como en el agua boba del sueño, hurgaba, se contraía y anillaba en el último cajón de la heladera.

Vi la segunda y después la tercera: Ripley jamás volvería a la tierra, los hombres no abandonarían nunca las ganas de morirse. El universo se hacía vasto y varias noches soñé mi lengua sobre una cabeza rapada.

Entonces como resurrección de la flema, reapareció. Le habían crecido en ramillete hijos hermanos. Ahora ocupaba toda la heladera, se descolgaba de los paneles, agujereaba las frutas; sin ojos, bicarbonada, como una lágrima de leche me miraba en la carne y el queso, y daba, a todas las cosas, un aspecto artificial.

Abandoné el departamento. Fueron años y yo había llegado a confundirlo con mi persona. En la calle no reconocí una cara. Regresé con lavandina y la maté a baldazos. La sacrifiqué, mi primera heladera en su segunda cuota. Sería en adelante un ropero; acaso la barnizaría en homenaje.

Entonces vi la cuarta y esperé. Era cabulera y creía en el eterno retorno de las cosas y en la ficción, como presagio. Nada pasó la primera semana. Tampoco la segunda o la tercera.

Un día en el trabajo callé y alguien murmuró que me iba a estallar la vena. Y después no necesité depilarme, el vello se había detenido. Mis axilas eran suaves, no hay palabra para mis cartílagos.




@lashoraspares

sábado, 1 de junio de 2013

Porque el tiempo lo destruye todo

Última mujer de Barbazul no abre nunca la puerta -de modo que son felices para siempre hasta que la mata y descuartiza y cuelga de un gancho -un gancho por cada parte, anotó -una parte por cada día que pasó espiándola entre los recovecos del castillo- y lo arrumbó la vejez, la blancura en la barba -una ruina instalada en el centro del mundo feudal con feudal mentalidad -para las partes -y regocijo -hija a un tiempo del amor, la soledad, el odio de quienes los habían engendrado -tan vástagos de la costumbre de la crueldad como de la del cariño -una mano en el aire detenida para siempre ante la puerta del olvidatorio que no se decidía a abrir, ni entendía si la sugerencia del marido la obligaba -de un modo u otro -y que en pleno uso de sus facultades columbrara que la orden que no se ha dado de manera clara puede ir dilatándose con sutileza en cosas corrientes y prescindibles que precisen de otras necesarias e inútiles -y después el tedio, la individualidad -en tanto se muestre que se ha entendido una cosa y también la otra -porque la prohibición misma hace a la conciencia del pecado, entendía ella, novedosamente -individualmente- y la sola sangre del cordero redime y sella la alianza hacia delante y hacia atrás, en ojos humanos, porque dios percibe como inmediatos todos los momentos del tiempo -y la manía cedió ante la pura necesidad de la repetición -como si preservara así el cuerpo para mejor uso –la barba y la mano -bajo tierra -en luengos ramos vueltos -traicionándose.

domingo, 26 de mayo de 2013

Historia del arte

Lo vi de espaldas sentado en el sillón oscuro, los brazos extendidos a cada lado como queriendo abrazar al mundo entero. Se le notaban los años en las canas que asomaban entre su pelo oscuro y ondulado. Giró la cabeza y vi la imagen por la que lo recordaría siempre: su medio perfil con una enigmática media sonrisa, sus lentes de marco oscuro y líneas rectas que lo hacían verse, y seguro sentirse, más joven.

El conjunto se superponía al gran ventanal, tan transparente y perfecto que pudo no haber existido. El gran plano vidriado se superponía a la galaxia de luces, alineadas unas, móviles otras, de la ciudad silenciosa allá abajo. Pero todas ellas estaban fuera de foco: mis ojos no podían evitar concentrarse en el grupo perfectamente orquestado a media distancia, los brazos abrazando al sillón y al mundo por delante, las luces, y ese medio perfil que ya era de nuevo nuca. 

Creo que durante un instante se dio cuenta de mi presencia, en el momento que algo hizo clic en el aire acondicionado. Yo pensé que había pasado desapercibida, que las alfombras mullidas apagan todo sonido. 

Di algunos pasos para atrás mientras miraba la escena hacerse cada vez más pequeña, sabía bien que los años separaban lo que el espacio había sabido juntar. Ni las luces, ni los brazos ni las alfombras se reorganizarían para dar lugar a un elemento más en la composición.

jueves, 23 de mayo de 2013

Otros

otro intelectual
se enredó la lengua leyendo
se ahogó con un buche de certezas
se asfixió porque estaba solo.

otro poeta
se volvió un payaso triste 
se inventó que no lo querían
se maldijo porque estaba solo.

otro astronauta
se fió de la gravedad cero
se revolcó sobre una estrella fugaz
se enloqueció porque estaba solo.

otro niño
se cayó de la bicicleta 
se avergonzó de su inocencia
se hizo hombre porque estaba solo.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Marche preso*

Santiago tenía doce años y era el primer hijo de la familia Alberti. En la escuela 79 todos lo conocían por Jaimito. La psicóloga encargada de contener su conducta y aconsejar sus pasos, había conversado con la maestra y la directora para dar su veredicto de incorregible. La mujer estaba harta del gurí, ya no le quedaban herramientas para disuadirlo, ni siquiera para lograr entenderlo. Desahuciados, convocaron una reunión con los padres de Jaimito para explicarles que la paciencia de la Institución había claudicado. La última gota fue la desaparición total del dinero que la clase había recolectado en la última kermese. Jaimito tenía la recaudación bajo su responsabilidad por moción de la psicóloga, que intentaba aplicar alguna táctica para rehabilitar su endemoniado comportamiento. Faltaban $ 3.700.

- Fue por la lluvia de mierda. - Sentenció Santiago sin muecas de vergüenza.
- ¿Por la lluvia? – Preguntó descreída la madre, acercándose violentamente hacia el chico.
- Sí, por la lluvia y el barro – declaró sin dudar.
- ¿Qué estás diciendo Santiago? ¿Qué tiene eso que ver?
- Papá decile, vos sabés…
- No metas a tu padre en esto, ¡contestame Santiago!
- Papá, vos sabés… por favor, decile.

El padre, algo retraído y casi sin involucrarse, comenzó a caminar lentamente hacia la cocina y fue en busca del periódico del día anterior. Al regresar, le enseñó una grilla con nombres y números que ella obviamente no entendía.
- Escuchame mi amor, mirá, fíjate, Marche Preso daba 7 a ganador. Era la fija del programa, había que pegarle un tiro para que perdiera. No se puede creer... ¡lluvia de mierda! Ahora lee lo que dice acá en el diario: el caballo del Chelo, no es barrero.

(*) Sr. Editor: he comprado caracteres para bidet en mercadolibre

domingo, 5 de mayo de 2013

La bibliotecaria



Cuando salí el escuadrón de fusilamiento se llevaba a un vecino. Estaba llegando tarde y me avergonzó ver a mi jefe en la recepción, del otro lado del vidrio. Amenazó con apretar el botón –creo que lo hizo– pero la puerta se abrió. No le pedí disculpas, habría creído que lo importante era desviar la atención, dije:
-Así es desde la inundación.
Estaba rubio y me dio asco. Podía ser el rostro del heroísmo pero aceptaba que la vida lo colocara como mi jefe. Obedecía al cura, el comando era bicéfalo. En un sueño me echaba y el telegrama tenía faltas de ortografía.
En la biblioteca lo de siempre: muelas, grafos rotos y una carta. El trosko trabajaba del otro lado. Nos comunicábamos al golpeteo; yo había leído que los tupamaros presos sobrevivieron la soledad así.
No sé nada, dijo.
Después: que era un golpe de la derecha. En esa escuela trabajé antes de acabar la facultad, y después no acabé la facultad y un día me encontré sola por los pasillos. Estaban formados, niños y profesores, afuera, en la estación. Me resultó triste que si no recordaba la fecha del simulacro, cabía esperar que no estuviera en la evacuación. Que nadie me avisara, quiero decir.
Me tomé los quince en fumar un camba que me amistara con el artificio y solté el interruptor. En la plaza los cadáveres de las palomas formaban una rosa de humo. Cayeron, aún vivas, desde muy alto. Siempre me llenaron de asco por la gente mayor y los niños y la carne de vaca. Crucé la vía y volaron. En la tele no hubo nada hasta la noche.

miércoles, 24 de abril de 2013

La otra


Al caer la noche Rubén se hace cargo. Mañoso, intenta deshacerse de los espejos, la ropa tirada al costado de la cama. Quizá se avergüenza un poco de todo eso, o quizá no aprende a convivir, aunque ya haya pasado tiempo.

Antes de ella hubo otras.
Raquel lo sorprendía en lugares raros, el cuartito de descanso en su oficina o la vuelta oscura de la escalera del edificio, justo antes del hall, donde todos podían verlos.

Estela parecía más tranquila y con eso lograba más que ninguna. Un día lo convenció de sacarse la ropa en el supermercado, en la góndola perfumada entre las escobas y el suavizante. A Rubén se lo llevaron entre dos guardias, que intentaban taparle las partes con su propia ropa y un trapo de piso que alguien les acercó. Él se podía imaginar a Estela riendo imaginándose la escena, de la que se había ido hacía rato.

Ahora es el turno de Andrea y todavía no le cierra del todo. Andrea es la de las fiestas y eso a él no le va tanto. Será porque vuelve a la madrugada y a Rubén no le quedan más que unas pocas horas de vigilia. Cuando llega lo despierta, eso es lo único bueno. Por un rato comparten lo que pueden (para una es tarde y para el otro temprano), se toman unas copas y él queda ahí mientras ella se duerme, exhausta de tanto exceso. Entonces Rubén se avergüenza y esconde lo que encuentra, porque no se acostumbra a esta, otra más, y porque está cansado. Y desearía que fuera diferente y que él fuera ella, y no ella, ahora, él.

domingo, 21 de abril de 2013

Los náufragos


MIAMOR a vos fue que te hizo pis en la pierna un perro o yo lo soñé, leo. Así que todo el día me muevo con atención y castigo después de haber perdido el cuidado y sobándome las piernas porque lo que no es cierto no es cierto aún y los sms de desconocidos tienen valor profético. Como camino del chorro al territorio, si lo acariciás, mi perro, te mea, me pongo a jugar a la quiniela: fulanito, a vos fue que te hizo pis en la pierna el perro o yo lo soñé?, escribiendo, a veces: pi o pichí y pero. Y el día transcurre lleno de mugre pero antes esto circula por números que quise o casi. A la semana se repite y hago listas: a este sí, no, alegremente y en la combinatoria reenvío ya como para el desquite. Al tiempo entro en contacto con marialuisa que sale como de la nada –del pasado- y me cuenta que sí y le digo cómo y no le cuento, le digo: que soñé contigo, sabés, qué cosa para soñar, me dice. Y después cogemos esa noche u otra. Es una linda cogida sin conciencia del esfuerzo que exige, como que todos vamos a ser felices en organigrama, no importa la entropía o la ciática cuando siento que marialuisa se desploma y me aprieta entre los muslos y digo: en fin: pero ahí noto profusa, tibia a los empujones por el vientre y las piernas la orina de marialuisa que cae otra vez y me susurra cascada te soñé a vos, soñé que te meaba pero no me animaba a decirte. Y yo pienso pucha tenía que nacer de mí, pero ella me trae papel:
-Cuando valía – dice. Y se me va de vuelta de la vida.

viernes, 19 de abril de 2013

Walas

Omar Picún nació bajo el signo de Aries pero al ser anotado tarde en el registro, su carácter era más bien Taurino. Omar creció viendo “Entreamigos” y ya de niño quiso ser ventrílocuo. Todos sus amigos de la escuela jugaban a la pelota pero a el no le atraía, pasaba sus ratos de ocio imitando a su ídolo, José Luis Moreno. Con el tiempo perfeccionó su técnica de manera autodidacta y, reunión familiar que había, reunión que “Marcito” repartía hilaridad entre la parentela. No solo por su habilidad para “hablar con la boca cerrada” sino por la ocurrencia de sus diálogos. Era capaz de disertar sobre deportes, actualidad, política, jet set... en fin, parecido a Federico Buysan pero sin soberbia ni maldad.
Un día, harto de su repertorio de personajes trillados, Omar quiso ir más allá. Dribleando la mediocridad buscó dar vida a un nuevo personaje. Pasó toda la noche en la tarea, sin dejar cabos sueltos. Finalmente lo nombró Walas. 

Walas sería la primer marioneta mimo que cobraría vida a través de un ventrílocuo. Un gol de media cancha, en la hora y con la mano. El show de Omar y Walas recorrió gran parte de las kermeses montevideanas en los 90's, llegando incluso a reemplazar de las "marquesinas" al Payaso Pildorita. 
Debido a su éxito le propusieron un programa de cable en horario central, pero su conciencia de clase (la tv para abonados era un lujo en esos años) le hizo declinar la oferta. Hoy tienen un micro de radio a la mañana que va por AM. 

A veces lo escucho y me cago de risa.


@Federico_Mira

jueves, 18 de abril de 2013

El Dato

Se había filtrado: “en la cuarta gana el de El Farolito”. 
Unos refutaban diciendo que no lo ayudaba la pista, otros que nunca había ganado en este hipódromo pero la información era buena. Teníamos EL DATO.
En el picadero el caballo estaba espléndido. Era zaino, 490 kilos bien distribuidos, careta azul, chaquetilla blanca con franja verde. El peón lo mostraba con orgullo de padre.
Hizo el paseo preliminar por la recta final camino a las gateras que lo esperaban quietitas en los 1100 metros, los rivales lo miraban callados y las monturas sabían que era el caballo a vencer.
Los cinco integrantes de la mesa hicieron su jugada.  Exactas, trifectas, ganadores, todas con un común denominador, el 6 del Stud El Farolito era el primer número de todos los boletos.  

Suena la campana de largada y se detiene el corazón, da la sensación que nadie respira, puede que eso suceda. El murmullo general copa la tribuna, y se escucha el primer grito. Es un hecho: el de El Farolito gana por varios cuerpos.
El dato no falla, pienso, mientras miro la mesa y me pregunto, ¿por qué nadie es millonario?

lunes, 15 de abril de 2013

Celos acústicos

Con el chasquido de una cuerda reventada, algo me llamó la atención. Sentí que al pie de la salamandra alguien me chistaba. Giré y te vi, solita. Luego me enteraría que estabas celosa de las charlas con mis amigos hasta el alba. Supe después que también tenías celos de Mariana, y de Cristina; que no soportabas que le acariciara el pelo a María Elena, privándote tanto tiempo de los mimos que pretendías para vos. Ahora lo sé, te brotaste de celos cuando elegí ver Solaris por octava vez, relegando de nuevo el gesto que te hiciera protagonista de la escena. Estabas extenuada y al borde del colapso, tuviste que auto flagelarte con la quinta para que escuchara el alarido de tu desgarro. ¡Bien por vos!, pensé enseguida, ¡Valiente! 

Antes de ir a tu encuentro, nos miramos en silencio por un rato, yo no me decidía a tocarte así, con el brazo todo ensangrentado. ¿Qué pasaría si mis manos torpes no lograran vendarte y hacerte cantar conmigo? Vos estabas herida y yo dudaba… dudé hasta que comenzó la trenzada discusión de los vecinos. En ese momento, cerré las ventanas y te alcé entre mis brazos para contenerte de tanta violencia inmerecida. ¡Lindos temas me tiraste!, me hiciste conversar toda la noche con una copa de vino, sin jamás soltarnos. Apoyada entre mis piernas elegiste canciones que los dos nos sabíamos, gozando con los tonos mimetizados. Al final, de desahogo, te aliviaste en el llanto de la milonga que te enseñé con la yema de los dedos.

jueves, 11 de abril de 2013

Vuelvo en un rato

Esas fueron sus últimas palabras antes del golpe seco de la puerta y el silencio de la mañana otoñal. Nunca sabré qué le pasó por la mente.
¿Por qué huyó de mi?
Sentado en el piso, elaboro hipótesis y torturo mi psiquis. Probablemente lo decidió semanas atrás, pero necesitó unos días para juntar el coraje suficiente y actuar. Quizás mal aconsejada por sus amigas, nunca valoró mi esfuerzo por complacerla, por evitar discusiones y hacerla feliz. 
Tomo distancia buscando objetividad y me reconozco confundido. Sufro el abandono, mas no puedo dejar de quererla, de necesitarla. Eso duele. 
Ahora encerrado en esta sala y rodeado por su ausencia, las horas se hacen eternas. Observo el reloj de pared cada 3 minutos, a veces menos. La mirada compasiva de un colega me hace sentir más incomodo aún. Desespero. 
Me obligo a almorzar unos bocados del puré de verduras que ella preparó la noche anterior y comienzo a escribir estas líneas. Dios mío ¡que letra espantosa! Por más que me esfuerce no logro mejorar mi caligrafía. La frustración aumenta. 
Imágenes de las noches que dormí a su lado mientras sus manos acariciaban mi pelo, revolotean en mi mente y se clavan como un estilete en mi pecho. Muero lentamente por una herida limpia. De repente creo escuchar su voz, huelo su perfume y me doy vuelta ¡Volvió! ¡Recapacitó y volvió! Corrí a sus brazos y la besé repetidas veces. Aún con los ojos vidriosos, mezcla de alegría y rencor le dije al oído “Mamá, no me traigas más al jardín” 

martes, 9 de abril de 2013

Malabia. Armenia. Virasoro. Gurruchaga. Borges


Llevaba el mapa en la mano. Lo había sacado para fijarse en un destino y se sintió más segura así, en lugar de volver a guardarlo en el bolso. Como si las calles y los parques, los hitos, las estaciones y los barrios pudiesen atravesarle la piel y permitirle llegar adonde quería ir.

Miró rápido el mapa y contó sin contar cuán lejos estaba de su calle, bajo la luz de un hall encendido. Malabia. Armenia. Virasoro. Gurruchaga. Borges. Intentó memorizar ese orden, así podría ir verificando a medida que llegara a los diferentes cruces si estaba yendo en la dirección correcta.

Malabia. Sabía que no iba a ser hasta que llegara a Armenia que se daría cuenta. En el mapa la cuadra que tenía que transitar hasta ahí era relativamente larga en relación a las otras. Le tranquilizó verificar que tardó bastante en llegar a la siguiente. Y entonces, Armenia. El mapa no se había equivocado, ella tampoco. Virasoro la sorprendió a mano derecha, Gurruchaga siguió de largo de lado a lado, y así como apareció quedó atrás. Por fuerza la siguiente tenía que ser Borges. Pero todavía desconfiaba, del hacedor del mapa, o de ella misma. Malabia. Armenia. Virasoro. Gurruchaga. Borges. Era lo único en su mente a esta altura, y con cada paso recitaba un nombre diferente en su cabeza. Aún rato después de haberlos ido descartado uno a uno seguía repitiéndolos, como un rezo, tal vez para no olvidar ese pedacito de ciudad del que se había apropiado. Como si finalmente las calles se le hubiesen impregnado en la piel de la mano a través del mapa cerrado, que todavía seguía ahí, y se hubieran grabado en los pasos. Por un momento dudó si consultarlo de nuevo -sólo para asegurarse-, pero puso cara de fastidio y descartó la idea, cuando se dio cuenta que no tendría sentido. Probablemente en ese mapa las calles ya no tendrían nombre.

sábado, 6 de abril de 2013

Sucedió una noche en el Hotel Carrasco *

Roberto ya estaba cansado. Había aceptado trabajar como sereno en la restauración del Hotel Carrasco en octubre de 2010, en esa época llevaba tres meses sobrio y si trabajaba otros seis, por fin podría reencontrarse con sus hijos en España. 
Esa noche llegó al trabajo con la cabeza en otra cosa; ya era diciembre de 2012, se acercaban las fiestas y un préstamo innecesario lo obligaba a pasar otra Navidad lejos de Luis y Sofía. Para colmo la situación en Europa era dura, por lo que una visita de ellos estaba descartada. 
Promediando la vigilia tomó la decisión: iba a dejar el trabajo hoy mismo. Murmuró algo y salió rumbo al techo más alto de la construcción. La desidia le impidió llegar a la cumbre pero se acomodó en un alero bastante alto y calculó la caída. 
Se sorprendió cuando sintió el roce del guante de seda en su mano derecha, detrás del tul blanco ella lo miraba y él, helado de miedo, sólo atinó a escucharla: “La caída dura 2 segundos, el dolor toda la eternidad”. 


*Consigna del concurso de La Tertulia.

miércoles, 3 de abril de 2013

Libertinaje cósmico

Sus mujeres le querían de jueves a domingo. Le era impensable concretar una cita cualquier otro día de la semana. Las que no tenían que estudiar, trabajaban; las que no estaban mirando la comedia, a lo mejor leerían un libro de autoayuda. Ninguna bebería una copa de vino, ni siquiera con la excusa del natural antioxidante de los taninos. Aunque renegaban de la rutina, no conseguían librarse de ella, por el contrario, el automatismo se entusiasmaba en adueñarse de su modo de vida. 

El 29 de febrero de ese año bisiesto cayó un martes. La negación colectiva al despilfarro de horas fue la sorpresa que cargó el revólver. No pudo aceptar la negativa a disolver el culto a dormir temprano, un día que a su modo de ver, no existe. Sus mujeres, distraídas, dejaban que las 24 horas de yapa se acreditaran a la cuenta de la rutina. Ese cheque al portador que les llegaba cada cuatro años, le tenía fobia a las ventanillas de cobro instantáneo.
Aquella noche no pudo conciliar el sueño, tampoco logró sincronizar su calendario anímico con el año astronómico. El desquicio (siempre tan elocuente), le dijo que a las estrellas nunca les había interesado cobrar esa deuda, y que los hombres podían quedarse con esas horas como premio por contemplarlas y venerarlas durante siglos. Le creyó tan fervientemente, que maldijo mil veces al juicio ajeno de la falsa responsabilidad, y no pudo evitar emborracharse en honor al libertinaje cósmico.

Larga distancia

Hay hilos que de tan finos son transparentes. Él en un sitio, ella en otro, tan aparentemente desvinculados. Pero aunque distantes, cada pequeño tirón afecta un lugar diferente. A veces él gira la cabeza y ella siente cómo su pie se mueve hacia esa dirección, sin quererlo. Si ella mueve los ojos al ver a alguien conocido, él siente un cosquilleo en la nuca, que la recorre de lado a lado.

Es sólo cuando él duerme que ella está en paz. Toda su intensa actividad mental y todos esos hilos asociados -que usualmente inciden en partes diversas, brazos, cadera, estómago- parecen aquietarse; cada sueño que la tiene como protagonista es como todos los extremos de todos esos hilos acariciando su espalda. 

Así siguieron durante bastante tiempo, moviéndose, hablando, reaccionando, y casi no repararon en el efecto de cada uno de sus actos sobre el otro. 

Con el tiempo, los hilos se fueron desgastando y se fueron rompiendo, uno a uno. Ahora, sólo se hacen sentir si están en la misma habitación, cuando ya no son necesarios. De lejos, es como si nunca hubiesen existido.

Con el tiempo, la cercanía pasó a imitar a la distancia. 
Con el tiempo, los hilos se van desgastando y se van rompiendo, uno a uno.

Alien


Nos miramos cara a cara y entendí que había llegado para quedarse. No era la primera vez, y sin embargo, había algo diferente. Intuí que había estado esperando, agazapado, juntando fuerzas, para dar su golpe maestro.

Con el paso de las horas lo observé apropiarse de todo, cambiar de forma, tomar otro color. Impotente ante el dolor, anticipando que era sólo una muestra de lo que vendría después, me preparé para lo peor.

Elegí mis armas, me puse mi mejor traje y adopté una pose de combate.

Abrí la boca y apreté el spray.

martes, 2 de abril de 2013

Chien


Yo tuve un perro que ladraba con acento francés. A mis amigos les decía que era porque le gustaba mucho Edith Piaf pero a mi porque antes había sido francés y ahora estaba cumpliendo su sueño: reencarnar en un perro. Además de ladrar con acento francés, ese perro hablaba. Y creía en la reencarnación, por lo menos en la reencarnación de los hombres y le asistía razón, decía. Yo mucha bolilla no le daba, porque si no era creíble que un perro hable, mucho menos que ese perro que hablaba fuese un francés reencarnado. Además seamos sinceros ¿Cómo vas a reencarnar en un perro cuando tenés la posibilidad de vivir una segunda vida? Siempre le preguntaba eso cuando lograba hacerme entrar en una discusión asado de por medio, porque hable o no hable, un perro siempre es un gran compañero para los asados y ahí yo me ablandaba un poco. “No hay de estos en Marsella” me decía señalando la parrilla, bah en realidad decía “No hay de estos en Marseille” porque sabía que me daba bronca cuando pronunciaba el acento francés.
A veces me quedaba tardes enteras mirándolo, incrédulo. Era tan distinto a los otros perros que por momentos lograba hacerme creer que realmente era la reencarnación de un francés al mismo tiempo que pensaba “que desperdicio reencarnar en un perro para llevar una vida parecida a la de los hombres”. Una vez se lo dije y me miró con lástima: “Tu ne comprends” me contestó. Le pegué con una vara y me insultó. “Los perros no hablan” le dije, y no lo vi más.