domingo, 26 de mayo de 2013

Historia del arte

Lo vi de espaldas sentado en el sillón oscuro, los brazos extendidos a cada lado como queriendo abrazar al mundo entero. Se le notaban los años en las canas que asomaban entre su pelo oscuro y ondulado. Giró la cabeza y vi la imagen por la que lo recordaría siempre: su medio perfil con una enigmática media sonrisa, sus lentes de marco oscuro y líneas rectas que lo hacían verse, y seguro sentirse, más joven.

El conjunto se superponía al gran ventanal, tan transparente y perfecto que pudo no haber existido. El gran plano vidriado se superponía a la galaxia de luces, alineadas unas, móviles otras, de la ciudad silenciosa allá abajo. Pero todas ellas estaban fuera de foco: mis ojos no podían evitar concentrarse en el grupo perfectamente orquestado a media distancia, los brazos abrazando al sillón y al mundo por delante, las luces, y ese medio perfil que ya era de nuevo nuca. 

Creo que durante un instante se dio cuenta de mi presencia, en el momento que algo hizo clic en el aire acondicionado. Yo pensé que había pasado desapercibida, que las alfombras mullidas apagan todo sonido. 

Di algunos pasos para atrás mientras miraba la escena hacerse cada vez más pequeña, sabía bien que los años separaban lo que el espacio había sabido juntar. Ni las luces, ni los brazos ni las alfombras se reorganizarían para dar lugar a un elemento más en la composición.

jueves, 23 de mayo de 2013

Otros

otro intelectual
se enredó la lengua leyendo
se ahogó con un buche de certezas
se asfixió porque estaba solo.

otro poeta
se volvió un payaso triste 
se inventó que no lo querían
se maldijo porque estaba solo.

otro astronauta
se fió de la gravedad cero
se revolcó sobre una estrella fugaz
se enloqueció porque estaba solo.

otro niño
se cayó de la bicicleta 
se avergonzó de su inocencia
se hizo hombre porque estaba solo.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Marche preso*

Santiago tenía doce años y era el primer hijo de la familia Alberti. En la escuela 79 todos lo conocían por Jaimito. La psicóloga encargada de contener su conducta y aconsejar sus pasos, había conversado con la maestra y la directora para dar su veredicto de incorregible. La mujer estaba harta del gurí, ya no le quedaban herramientas para disuadirlo, ni siquiera para lograr entenderlo. Desahuciados, convocaron una reunión con los padres de Jaimito para explicarles que la paciencia de la Institución había claudicado. La última gota fue la desaparición total del dinero que la clase había recolectado en la última kermese. Jaimito tenía la recaudación bajo su responsabilidad por moción de la psicóloga, que intentaba aplicar alguna táctica para rehabilitar su endemoniado comportamiento. Faltaban $ 3.700.

- Fue por la lluvia de mierda. - Sentenció Santiago sin muecas de vergüenza.
- ¿Por la lluvia? – Preguntó descreída la madre, acercándose violentamente hacia el chico.
- Sí, por la lluvia y el barro – declaró sin dudar.
- ¿Qué estás diciendo Santiago? ¿Qué tiene eso que ver?
- Papá decile, vos sabés…
- No metas a tu padre en esto, ¡contestame Santiago!
- Papá, vos sabés… por favor, decile.

El padre, algo retraído y casi sin involucrarse, comenzó a caminar lentamente hacia la cocina y fue en busca del periódico del día anterior. Al regresar, le enseñó una grilla con nombres y números que ella obviamente no entendía.
- Escuchame mi amor, mirá, fíjate, Marche Preso daba 7 a ganador. Era la fija del programa, había que pegarle un tiro para que perdiera. No se puede creer... ¡lluvia de mierda! Ahora lee lo que dice acá en el diario: el caballo del Chelo, no es barrero.

(*) Sr. Editor: he comprado caracteres para bidet en mercadolibre

domingo, 5 de mayo de 2013

La bibliotecaria



Cuando salí el escuadrón de fusilamiento se llevaba a un vecino. Estaba llegando tarde y me avergonzó ver a mi jefe en la recepción, del otro lado del vidrio. Amenazó con apretar el botón –creo que lo hizo– pero la puerta se abrió. No le pedí disculpas, habría creído que lo importante era desviar la atención, dije:
-Así es desde la inundación.
Estaba rubio y me dio asco. Podía ser el rostro del heroísmo pero aceptaba que la vida lo colocara como mi jefe. Obedecía al cura, el comando era bicéfalo. En un sueño me echaba y el telegrama tenía faltas de ortografía.
En la biblioteca lo de siempre: muelas, grafos rotos y una carta. El trosko trabajaba del otro lado. Nos comunicábamos al golpeteo; yo había leído que los tupamaros presos sobrevivieron la soledad así.
No sé nada, dijo.
Después: que era un golpe de la derecha. En esa escuela trabajé antes de acabar la facultad, y después no acabé la facultad y un día me encontré sola por los pasillos. Estaban formados, niños y profesores, afuera, en la estación. Me resultó triste que si no recordaba la fecha del simulacro, cabía esperar que no estuviera en la evacuación. Que nadie me avisara, quiero decir.
Me tomé los quince en fumar un camba que me amistara con el artificio y solté el interruptor. En la plaza los cadáveres de las palomas formaban una rosa de humo. Cayeron, aún vivas, desde muy alto. Siempre me llenaron de asco por la gente mayor y los niños y la carne de vaca. Crucé la vía y volaron. En la tele no hubo nada hasta la noche.