jueves, 11 de abril de 2013

Vuelvo en un rato

Esas fueron sus últimas palabras antes del golpe seco de la puerta y el silencio de la mañana otoñal. Nunca sabré qué le pasó por la mente.
¿Por qué huyó de mi?
Sentado en el piso, elaboro hipótesis y torturo mi psiquis. Probablemente lo decidió semanas atrás, pero necesitó unos días para juntar el coraje suficiente y actuar. Quizás mal aconsejada por sus amigas, nunca valoró mi esfuerzo por complacerla, por evitar discusiones y hacerla feliz. 
Tomo distancia buscando objetividad y me reconozco confundido. Sufro el abandono, mas no puedo dejar de quererla, de necesitarla. Eso duele. 
Ahora encerrado en esta sala y rodeado por su ausencia, las horas se hacen eternas. Observo el reloj de pared cada 3 minutos, a veces menos. La mirada compasiva de un colega me hace sentir más incomodo aún. Desespero. 
Me obligo a almorzar unos bocados del puré de verduras que ella preparó la noche anterior y comienzo a escribir estas líneas. Dios mío ¡que letra espantosa! Por más que me esfuerce no logro mejorar mi caligrafía. La frustración aumenta. 
Imágenes de las noches que dormí a su lado mientras sus manos acariciaban mi pelo, revolotean en mi mente y se clavan como un estilete en mi pecho. Muero lentamente por una herida limpia. De repente creo escuchar su voz, huelo su perfume y me doy vuelta ¡Volvió! ¡Recapacitó y volvió! Corrí a sus brazos y la besé repetidas veces. Aún con los ojos vidriosos, mezcla de alegría y rencor le dije al oído “Mamá, no me traigas más al jardín” 

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