Empezó
con el gusano primero, la baba insólita, incisiva y discurriendo
sobre las guirnaldas de verdura en el tacho. Yo venía de ver Alien
y no sabía entonces que iba a vivir para siempre, y el coso aquel,
la criatura, como en el agua boba del sueño, hurgaba, se contraía y
anillaba en el último cajón de la heladera.
Vi
la segunda y después la tercera: Ripley jamás volvería a la
tierra, los hombres no abandonarían nunca las ganas de morirse. El
universo se hacía vasto y varias noches soñé mi lengua sobre una
cabeza rapada.
Entonces
como resurrección de la flema, reapareció. Le habían crecido en
ramillete hijos hermanos. Ahora ocupaba toda la heladera, se
descolgaba de los paneles, agujereaba las frutas; sin ojos,
bicarbonada, como una lágrima de leche me miraba en la carne y el
queso, y daba, a todas las cosas, un aspecto artificial.
Abandoné el
departamento. Fueron años y yo había llegado a confundirlo con mi
persona. En la calle no reconocí una cara. Regresé con lavandina y
la maté a baldazos. La sacrifiqué, mi primera heladera en su
segunda cuota. Sería en adelante un ropero; acaso la barnizaría en
homenaje.
Entonces vi la cuarta y
esperé. Era cabulera y creía en el eterno retorno de las cosas y en
la ficción, como presagio. Nada pasó la primera semana. Tampoco la
segunda o la tercera.
Un día en el trabajo
callé y alguien murmuró que me iba a estallar la vena. Y después
no necesité depilarme, el vello se había detenido. Mis axilas eran
suaves, no hay palabra para mis cartílagos.
@lashoraspares
"No hay palabra para mis cartílagos", me encantó!
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