sábado, 1 de junio de 2013

Porque el tiempo lo destruye todo

Última mujer de Barbazul no abre nunca la puerta -de modo que son felices para siempre hasta que la mata y descuartiza y cuelga de un gancho -un gancho por cada parte, anotó -una parte por cada día que pasó espiándola entre los recovecos del castillo- y lo arrumbó la vejez, la blancura en la barba -una ruina instalada en el centro del mundo feudal con feudal mentalidad -para las partes -y regocijo -hija a un tiempo del amor, la soledad, el odio de quienes los habían engendrado -tan vástagos de la costumbre de la crueldad como de la del cariño -una mano en el aire detenida para siempre ante la puerta del olvidatorio que no se decidía a abrir, ni entendía si la sugerencia del marido la obligaba -de un modo u otro -y que en pleno uso de sus facultades columbrara que la orden que no se ha dado de manera clara puede ir dilatándose con sutileza en cosas corrientes y prescindibles que precisen de otras necesarias e inútiles -y después el tedio, la individualidad -en tanto se muestre que se ha entendido una cosa y también la otra -porque la prohibición misma hace a la conciencia del pecado, entendía ella, novedosamente -individualmente- y la sola sangre del cordero redime y sella la alianza hacia delante y hacia atrás, en ojos humanos, porque dios percibe como inmediatos todos los momentos del tiempo -y la manía cedió ante la pura necesidad de la repetición -como si preservara así el cuerpo para mejor uso –la barba y la mano -bajo tierra -en luengos ramos vueltos -traicionándose.

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